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Los baños fríos han sido objeto de debate entre quienes los defienden fervientemente y quienes apenas los toleran. Desde deportistas profesionales hasta figuras del mundo de la salud alternativa, muchos aseguran que sumergirse en agua fría trae beneficios notables para el cuerpo y la mente. Pero, ¿qué tan cierto es esto? ¿Existen evidencias científicas que respalden estas afirmaciones? La ciencia ha comenzado a despejar estas dudas.
De acuerdo con el doctor Mauricio Paredes, médico internista y profesor de fisiología humana, quien ha estudiado durante años los efectos del frío extremo en el organismo, cuando una persona se expone de forma repentina al agua fría, el cuerpo activa una serie de respuestas fisiológicas de defensa. “Lo primero que ocurre es una vasoconstricción periférica, es decir, los vasos sanguíneos de la piel se contraen para conservar el calor en los órganos vitales”, explica.
Paredes detalla que esta reacción inicial no solo tiene implicaciones térmicas, sino que el proceso provoca un aumento transitorio de la presión arterial y una aceleración del ritmo cardíaco: “es como si el cuerpo interpretara la situación como una amenaza inmediata, lo cual desencadena la respuesta simpática del sistema nervioso”.
Lejos de ser perjudicial, estas respuestas pueden tener efectos beneficiosos si se controlan adecuadamente. “Cuando se practican de manera progresiva y segura, los baños fríos pueden entrenar al sistema cardiovascular. Es decir, pueden mejorar la capacidad de los vasos sanguíneos para adaptarse a los cambios de temperatura, lo cual favorece la circulación sanguínea y puede incluso ayudar a regular la presión arterial a largo plazo”, dice Paredes.
Un estudio publicado en el British Journal of Sports Medicine en 2016, realizó una revisión sistemática de 17 estudios centrados en la inmersión en agua fría como método de recuperación después del ejercicio físico intenso. El metaanálisis mostró que los baños fríos pueden reducir la percepción del dolor muscular hasta 96 horas después del esfuerzo, especialmente en atletas que realizan ejercicios excéntricos o de resistencia.
No obstante, el estudio también enfatizó que se necesitan más investigaciones para determinar las dosis óptimas (duración y temperatura del agua) y que los efectos no son igualmente significativos en todas las personas. Además, se destacó que los baños fríos no mejoran el rendimiento directamente, sino que contribuyen a una recuperación más cómoda.
“Este es un punto muy importante. Muchas personas creen que los baños fríos son una fórmula mágica para volverse más fuertes, más rápidos o más resistentes. La realidad es que no sustituyen ni al entrenamiento ni a una alimentación adecuada. Lo que sí hacen es ayudar al cuerpo a recuperarse más rápido, lo que indirectamente puede mejorar la consistencia del rendimiento deportivo”, recalca Paredes.
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Pero los beneficios no se limitan al ámbito deportivo. Existen nuevas teorías que han empezado a explorar los efectos del frío en la salud mental. “Existen indicios de que las duchas frías pueden tener un impacto positivo sobre el estado de ánimo. Esto se debe a una activación del sistema nervioso simpático, que libera noradrenalina y dopamina, dos neurotransmisores asociados al bienestar, la alerta y la motivación”, explica Paredes.
“Lo que nos dice la fisiología es que ese pequeño choque térmico estimula varias rutas de adaptación. Entre ellas, hay un aumento de glóbulos blancos y una activación de proteínas de choque térmico, que son moléculas que ayudan a reparar el daño celular”, afirma Paredes.
Sin embargo, no todo son ventajas. También hay riesgos que deben considerarse. El experto, por ejemplo, señala que los baños fríos no son recomendables para personas con enfermedades cardiovasculares graves, como insuficiencia cardíaca o arritmias no controladas, pues la exposición súbita al frío puede desencadenar un paro cardíaco o una crisis hipertensiva si no se tiene cuidado. Por eso es esencial individualizar las recomendaciones.
En personas sanas, sin antecedentes médicos relevantes, la clave está en la progresión. “No es necesario sumergirse en hielo el primer día. Se puede empezar con duchas frías al final del baño, comenzando por 10 segundos y aumentando gradualmente. Esto permite que el cuerpo se adapte sin generar una respuesta de estrés desmedida”.
Otro aspecto a considerar es el componente psicológico. “Los baños fríos también entrenan la mente. Superar esa sensación inicial de incomodidad desarrolla una tolerancia al estrés que puede extrapolarse a otros ámbitos de la vida. Es lo que muchos llaman ‘hormesis’, es decir, exponer al cuerpo a un pequeño estrés que termina siendo beneficioso”, añade el doctor.
Los baños fríos no son una cura milagrosa, pero la ciencia respalda muchos de sus beneficios si se aplican con criterio. Desde mejorar la recuperación muscular hasta fortalecer la respuesta inmune y la tolerancia al estrés, su potencial es cada vez más reconocido. No obstante, como bien resume el doctor Mauricio Paredes, “todo depende de cómo, cuándo y quién los practique. El baño frío es una herramienta, no una moda. Usado con responsabilidad, puede convertirse en un aliado poderoso para la salud”.
Así que, antes de girar la perilla hacia el agua helada, recuerde: no se trata de soportar sufrimiento innecesario, sino de aprender a usar el frío como un estímulo controlado.
