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¿Cómo fue su entrada al mundo de la educación?
Fue un poco por casualidad, porque yo comencé en posiciones de marketing y de gestión comercial. En la empresa donde trabajaba teníamos un club de fidelización y la proveedora que nos ayudó a desarrollarlo me llamó para dar una charla sobre este tema en un máster. Esto fue hace 19 años y la experiencia me encantó. Poco a poco fui entrando en este mundo y, a partir de 2011, me dediqué completamente a educar. Es algo que se convirtió en mi pasión.
¿Cuál ha sido la evolución que ha visto en su campo en estos 20 años como educador?
Ha sido enorme y se ha reinventado varias veces, incluso en sus modalidades de enseñanza. Esta primera charla que mencioné fue presencial, pero enseguida empecé a colaborar también con escuelas online. Tuve la oportunidad de arrancar con una que, ya en el año 2000, había inventado una forma de dar clases así, utilizando foros de debate asíncronos con mensajes de texto. Ese mismo método es el que utiliza Westfield, la escuela en la que trabajo. Pero, a lo largo del tiempo, hemos cambiado el método varias veces, transformándolo completamente.
Usted maneja un enfoque con triple propósito: personas, ganancias y planeta. ¿Cómo funciona este modelo?
La misión de la escuela donde trabajo, Westfield Business School, es formar personas. El enfoque es people: personas que puedan comportarse como directivos y desempeñarse en empresas que sean rentables y, al mismo tiempo, que tengan un impacto positivo en el medio ambiente. Ese triple impacto —people, planet, profit— lo llevamos a todo lo que hacemos cada semana. Nos parece fundamental para lograr el propósito de la escuela, que es despertar el potencial humano para mejorar el mundo.
Sobre todo, llama la atención que hayan incluido un enfoque medioambiental. ¿Por qué es importante para usted no perder esto de vista?
El triple impacto implica no renunciar a tener una rentabilidad económica y, de hecho, crear riqueza en la sociedad. Pero, además, esa rentabilidad tiene que ser compatible —e incluso debe alimentarse— de un impacto positivo en las personas, la sociedad y el planeta. Es algo que cada vez más está exigiendo el mundo. No solo desde el punto de vista regulatorio, sino también las nuevas generaciones que están cada vez más comprometidas con el planeta. Vivimos en un mundo donde, al elegir un trabajo, la gente ya no solo se fija en el salario, sino también en el ambiente laboral, el proyecto, la proyección de carrera y el sentido de lo que va a hacer con él. Además, estamos en una época en la que son cada vez más evidentes los efectos del cambio climático, y hemos avanzado mucho en generar una conciencia medioambiental.
Su método educativo también incluye el estudio de casos reales. ¿Por qué esto es importante?
Los programas que tenemos son MBA y son para formar directivos. Un directivo no es simplemente un gerente ni alguien que da órdenes; es alguien que debe tomar decisiones. Y existen varias maneras de enseñar esto, pero la que más nos gusta es el método del caso, porque uno puede fijarse en lo que ocurrió realmente —que no es la “solución” del problema, sino un referente—, y eso a veces hace pensar en oportunidades que se perdieron o mejoras que se podrían haber implementado. Tener esa referencia, esa experiencia y ese aprendizaje puede ayudarnos a tomar mejores decisiones en el futuro.
¿Cuáles son los retos de enseñarles a estos futuros directivos a tomar decisiones difíciles?
Uno de los grandes retos es lograr que crezcan en liderazgo. Nosotros enseñamos la teoría, que sin suda es muy útil, pero el liderazgo es algo que se tiene que vivir, que debe crecer desde cada persona. Eso es algo que aplicamos en Westfield. Siempre comenzamos con un módulo de autoconocimiento que permite aprender determinadas cuestiones sobre cada persona. Porque para ejercer el liderazgo, uno tiene que conocerse primero: entender qué aspectos de su personalidad lo van a ayudar y en cuáles debe trabajar para crecer como líder. Además, pedimos a nuestros estudiantes que se planteen su proyecto de vida personal. A partir de ese punto, empieza nuestra labor de formación. Nuestro programa no se estudia, se vive, porque lo que queremos es transformar a las personas, ayudarlas a crecer, para que sean capaces de ejercer ese liderazgo.
Dicen que un buen profesor no solo siente pasión por enseñar, sino por seguir aprendiendo todo el tiempo. ¿Está de acuerdo con eso?
Es totalmente cierto. Además, el conocimiento no es inmutable; al contrario, es dinámico. Vivimos en entornos tremendamente volátiles, inciertos, complejos y cambiantes. Lo que sabías ayer puede no servirte mañana. Y una de las cosas que hacemos con los estudiantes es entrenarlos para vivir en ese mundo que nos ha tocado. En ese sentido, muchas veces lo que uno necesita no es solo estar al día con las últimas teorías, porque mañana pueden dejar de ser útiles. Lo que uno tiene que hacer es desarrollar la capacidad de adaptarse, evolucionar y responder rápidamente a lo nuevo. Hay que prepararse para lo que viene, aunque no sepamos exactamente qué es. Basta con pensar en todo lo que ha pasado en los últimos diez años en el mundo. ¿Quién hubiera sido capaz de preverlo?
¿Qué le diría a alguien que está pensando en formarse en este campo?
Que tenga curiosidad y entienda primero que aprender es una aventura que dura toda la vida. Muchas veces un programa como un MBA es solo el comienzo. Este tipo de formación puede ayudar a adquirir las actitudes y habilidades necesarias para seguir creciendo continuamente. En ese sentido, es un programa útil no solo para desempeñarte profesionalmente, sino para seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida.
