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Cuénteme sobre su rol como embajadora de Aldeas infantiles.
Mi papel como embajadora de Aldeas Infantiles es visibilizar esta causa, que para mí tiene mucho valor. Soy mamá de dos chiquitos, y representar esta iniciativa es muy significativo porque sabemos que hay muchos niños y niñas en Colombia que están creciendo en hogares que no son aptos o están separados de sus familias. No hay nada más valioso para un niño que crecer en un ambiente sano, estable, solidario y, sobre todo, con amor. Por eso, me enorgullece mucho llevar este título, porque me permite visibilizar toda la labor que está haciendo Aldeas. Ojalá más niños que atraviesan situaciones tan difíciles pudieran estar ahí, y no en el sistema, como tirados a la deriva. Si no pueden estar con su familia, por lo menos, estar en un lugar, bajo una institución que les brinde ese entorno que tanto necesitan.
¿Qué ha descubierto de nuestro país a través de esta iniciativa?
Es muy triste darse cuenta de que en Colombia cada vez hay más niños creciendo en hogares poco seguros, fuera del núcleo familiar, y que terminan, en muchos casos, a la deriva. Parece que no hay nada que se pueda hacer. Y lo más duro es que, según lo que hemos visto, su destino parece definirse al azar. Ojalá existieran más espacios como Aldeas, y que más familias se sumaran a este programa para poder acoger a los niños que tanto lo necesitan, ya sea mientras pueden regresar con sus familias, o mientras encuentran una nueva que les brinde el entorno que merecen. Es muy doloroso saber que tantas familias se están rompiendo hoy en día, o que hay violencia intrafamiliar, y los niños deben ser retirados de esos entornos. Somos un país profundamente marcado por la violencia, donde muchas familias han estado expuestas a distintos tipos de agresión. Y muchas veces, no es que lo quieran, sino que es lo que han visto desde su infancia. Crecen en medio de violencia y luego, sin haber recibido otra forma de crianza, repiten esos patrones. Se vuelve una bola de nieve.
¿Cómo esas realidades que usted misma ha evidenciado han transformado su labor como madre?
Todo esto me ha hecho valorar cada vez más el simple hecho de tener a mis hijos cerca, de poder estar con ellos. Es muy doloroso ver familias que, por diferentes razones, han sido separadas de sus hijos, y darse cuenta de cuánto sufren, especialmente los niños. Esa realidad me conmueve profundamente y me hace valorar aún más mi rol como mamá. Me impulsa a darles lo mejor, no solo en lo material o en la educación, sino sobre todo en lo afectivo, en el amor del día a día.
Hablemos sobre el valor de la familia en su vida...
Crecer en una familia que te cuide, que te quiera y te haga crecer en un entorno seguro, es lo que permite que uno aprenda esos valores y luego pueda llevarlos a la sociedad. Creo que la familia cumple un rol completamente indispensable, ya sea la familia de sangre, una familia adoptiva o una familia de acogida, como las que conocí en Aldeas.
Ya que dice que la familia va más allá de los lazos de sangre, ¿qué es lo que sostiene o hace una familia?
El cuidado, sin duda, es un pilar fundamental. A un niño hay que cuidarlo desde muchas aristas: física, mental, emocional y espiritual. No se trata solo de darle comida y un techo —claro, eso es importantísimo—, pero el verdadero cuidado va mucho más allá. Cuando una familia protege la salud mental, trata con respeto y amor a ese niño, incluso si no es su hijo biológico, está cumpliendo un rol clave.
¿Cree que, como sociedad, hemos perdido el valor del cuidado y lo colectivo, y que hoy predomina más el individualismo, incluso en nuestras relaciones más cercanas?
Sí, yo creo que hoy en día la gente vive tan ocupada, todo es tan frenético, que parece que todos tuviéramos que hacer de todo al mismo tiempo. Y en medio de ese ritmo tan acelerado, se va perdiendo el sentido de comunidad. La gente empieza a pensar solo en el “yo”: si yo estoy bien, si yo logro esto o aquello... No quiero generalizar, pero sí se percibe una tendencia más individualista. Dejamos de pensar en los demás y al perder ese sentido de comunidad, también perdemos la posibilidad de construir una sociedad más amable.
Siendo mamá, ¿cómo ha cambiado su relación con tu niña interior? ¿Se ha reencontrado con recuerdos de su infancia al acompañar el crecimiento de sus hijos?
Totalmente. Creo que al convertirse en papá o mamá, uno se enfrenta a muchas cosas de su propia infancia. Empieza a comprender y hasta a humanizar a sus padres, porque entiende que hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían. Hoy contamos con muchas más herramientas, no solo digitales, sino también con el a expertos en crianza. Antes eso no existía y los papás criaban como sabían o como creían correcto. Ahora, como adultos, tenemos la responsabilidad de desaprender ciertas formas de crianza para aprender otras más respetuosas y conscientes, que sin duda son más amables con los niños. Por eso, es importante que para desaprender podamos también sanar y revisar lo que uno vivió de niño.
¿Qué ha cambiado en usted desde que es mamá?
Sin duda, la paciencia ha sido el mayor aprendizaje que me han traído mis hijos. Siempre fui una persona muy impaciente, quería todo rápido y a mi manera. Pero con los niños uno se da cuenta, a la fuerza, de que la vida no funciona así. Con ellos no se pueden forzar los procesos ni apurar los tiempos. Acelerarlos no sirve de nada, y es algo que también se refleja en la forma en que vivimos como sociedad, tan acelerados todo el tiempo. Vivimos corriendo, y muchas veces trasladamos ese afán a los niños. Les decimos “ya”, “rápido”, “vamos”, y sin querer los metemos en una dinámica de ansiedad que no les corresponde. Eso no les aporta nada bueno.
¿Qué le gustaría cambiar del mundo de hoy para el que vivirán sus hijos?
Me gustaría cambiar muchas cosas. Si tuviera una varita mágica, honestamente transformaría mucho para dejarles un mundo mejor a mis hijos. No solo quiero que ellos vivan en un entorno mejor, sino que todos los niños que, por diversas razones, no pueden estar con sus familias, tengan la oportunidad de entrar al programa de Aldeas. Que no se sientan solos, que tengan un núcleo donde sean cuidados y protegidos. Quisiera que ningún niño estuviera a la deriva o abandonado.

Por Samuel Sosa Velandia
