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La educación sexual sí previene el abuso: expertas sobre violencia sexual infantil

En las últimas semanas se han conocido varios casos de abuso sexual infantil en Colombia. Aunque no existe una fórmula exacta para evitar estas violencias, expertas coinciden en que la educación sexual integral constituye una herramienta clave para prevenir, identificar y responder de manera oportuna.

Luisa Lara
15 de mayo de 2025 - 08:05 p. m.
Expertas aseguran que hablar de sexualidad desde la infancia es una forma de cuidado, prevención y protección.
Expertas aseguran que hablar de sexualidad desde la infancia es una forma de cuidado, prevención y protección.
Foto: AFP - RICHARD A. BROOKS
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Cada 33 minutos, un niño o niña es atendido en Medicina Legal por presunto abuso sexual. Entre enero y marzo de este año, esa entidad practicó exámenes médicos a 3.893 menores de edad víctimas de violencia sexual. De ellos, 464 eran niñas y niños de entre cero y cinco años, y 1.994 eran adolescentes mujeres entre los 12 y 17 años. La propia entidad advierte, además, que el 96% de los casos continúan en la impunidad.

Estos números coinciden con las recientes denuncias sobre agresiones sexuales contra menores en Colombia. El caso que causó mayor impacto en la opinión pública fue el de Freddy Castellanos, docente del Hogar Infantil Canadá sede F, adscrito al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), señalado de agredir sexualmente a varios niños bajo su cuidado en el sur de Bogotá. Otro hecho que fue noticia fue el de José Erley Ramírez Garcés, un pastor cristiano de Chinchiná, Caldas acusado de intento de feminicidio y abusar sexualmente de su hijastra de 13 años.

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A los pocos días, se conoció la denuncia de una niña en estado de gestación luego de haber sido abusada en Ciudad Bolívar por su vecino. Adicionalmente, se hizo pública la captura de José Luis Lemos Vélez, un profesor de natación en Medellín acusado de haber agredido sexualmente a tres menores de edad.

En medio de este panorama, diversas organizaciones sociales han puesto sobre la mesa la discusión sobre la forma en la que cómo se está cuidando a la niñez y ante esto, el a la Educación Sexual Integral (ESI) como una herramienta clave de prevención para estos abusos.

En entrevista con El Espectador, Mariana Sanz de Santa María, directora de Poderosas Colombia —una fundación enfocada en hablar sobre educación sexual—, explicó que existen errores al abordar estos casos de violencia. “Hemos creído que la única manera para evitar la violencia sexual es fortalecer el sistema punitivo. Creemos que la única manera para solventar esto es con penas más duras para los violadores. Pero esa reacción es tardía e ineficaz”, afirma. Enfatizando en que los abusadores deben responder por sus actos y asumir sus consecuencias legales, pero que la educación sexual integral es una herramienta sostenible y efectiva de prevención.

De igual manera, para Marianny Sánchez, directora de Comunicaciones para América Latina de Planned Parenthood Global y líder del proyecto Son Niñas, No Madres, en entrevista con este diario, compartió que la educación sexual integral es clave en la prevención del abuso, aunque por sí sola no resuelva un problema tan complejo. “Estamos frente a una cultura que no respeta la infancia, una violencia basada en género que refuerza la idea de que los cuerpos de las mujeres pueden ser consumidos y violentados, y una impunidad que envía el mensaje de que los agresores pueden salirse con la suya”.

Advierte que ante ese panorama, la ESI brinda herramientas a tiempo, enseña que nadie debe tocar los cuerpos sin permiso y que una mirada o comentario sugerente puede ser una forma de violencia. Muchos niños y niñas no saben que lo que viven es un delito, y por eso el abuso se sostiene en el tiempo.

“A nosotras nos preguntan mucho desde qué edad se debe hablar de sexualidad o dar educación integral. Y la respuesta es: desde que nacen. La sexualidad no es solo el acto sexual; es habitar un cuerpo, es relacionarte con tu propio cuerpo y con el de los demás. Pero nadie nos enseña a vivirla. Lo que sí nos enseña, sin filtro, es la televisión, las películas, la música, los medios de comunicación. Y ahora, además, están más expuestos que nunca por el entorno digital, por eso hay que acompañar desde que son chiquitos”, afirma Santa María.

La experta argumenta que la educación sexual integral debe centrarse en enseñar sobre el consentimiento desde las primeras infancias. Fomentar que los menores desarrollen la capacidad de decidir sobre lo que ocurre con su cuerpo, que puedan decir si algo les gusta o no, y que aprenda a reconocer cuáles son sus partes íntimas. Incluso en decisiones tan pequeñas como cuando se les va a cambiar el pañal: preguntarles si quiere que se lo cambien, explicarle por qué es importante hacerlo y dejar claro que solo su persona cuidadora puede limpiar sus genitales.

“Hay que ser intencionales y cuidadosos con esto. Todo lo que se haga con el cuerpo de los menores debe ser explícito y pedir su consentimiento, porque así es como se enseña este, con esas acciones pequeñas de la vida cotidiana”, agrega. En este sentido, sostiene que estas prácticas no solo enseñan a niños y niñas a decidir cuándo dar o no su consentimiento, sino también a actuar con respeto hacia el cuerpo de las demás personas.

Sin embargo, Sanz de Santa María menciona que un problema adicional ante la situación de violencia sexual es el “adultocentrismo”, se presenta como una barrera estructural. Esta visión refuerza la idea de que las personas adultas son superiores a otras generaciones más jóvenes y ha permeado la forma en que los cuidadores se relacionan con la infancia y la adolescencia, vulnerando su autonomía. Esta percepción sostiene que la educación sexual debe basarse en los intereses, pensamientos y perspectivas de los adultos y no de los menores.

Y es que, como subraya Darly Peña Romero, coordinadora nacional de Jóvenes de Profamilia, en entrevista con este diario, a esto se suma el obstáculo de que nadie quiere asumir la responsabilidad en el tema. “Muchas veces se deja como responsabilidad de las familias, y la familia deja la responsabilidad en los colegios. Es un tema que nadie quiere tocar”, afirma. En esa lógica de “tirarse la pelota”, lo que finalmente ocurre es que ningún entorno asume con responsabilidad la tarea de ofrecer orientación y acompañamiento a niños, niñas y adolescentes en temas de sexualidad.

Para Peña, en vez de ver este asunto como una carga, es necesario empezar a asumirlo colectivamente. Por un lado, insiste en que las personas que trabajan con niños, niñas y adolescentes —como en los colegios— deben estar capacitadas y sensibilizadas de manera permanente, especialmente en atención diferencial a jóvenes. Pero, además, subraya que no basta con fortalecer la educación formal, sino que también es necesario acompañar a las familias para que cuenten con recursos adecuados que les permitan abordar estos asuntos.

Porque muchas veces lo que termina sucediendo, es que los padres no saben cómo tratar estos temas, y cuando ocurren, se terminan culpando. “Cuando las familias llegan a pedir ayuda, muchas veces también son cuestionadas. Y claro, puede que no hayan tenido a información o a procesos formativos previos. Entonces, más que ir contra la familia preguntando ‘¿por qué no vino antes?’, deberíamos preguntarnos: ¿qué necesita esta familia para poder acompañar mejor? Lo ideal sería identificar eso de manera preventiva, antes de que suceda algo”, concluye Peña.

Según las expertas consultadas, el panorama de la educación sexual en Colombia no es alentador. Aunque existe un marco legal que la hace obligatoria —incluido en la Ley General de Educación, la Ley 1620 y el Proyecto de Educación para la Sexualidad y Construcción de Ciudadanía (PESC)—, en la práctica su implementación es limitada, desactualizada y carece de seguimiento. El programa actual del Ministerio de Educación fue formulado en 2007, lo cual refleja la reticencia institucional a abordar la temática.

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Un monitoreo realizado por Mira Que Te Miro, un observatorio conformado por organizaciones de la sociedad civil que promueven los derechos sexuales y reproductivos, reveló que en 2023 Colombia obtuvo una calificación de 50 sobre 100 en la implementación de la educación sexual integral. Sánchez señala que si bien el país ha avanzado en reformas legales para garantizar la ESI, el problema está en su aplicación real. “Cuando vamos al contenido curricular, a la inclusión efectiva de la educación sexual integral en las aulas, ahí es donde nos quedamos en un 50. Aún falta mucho para que lo que dice la norma se refleje realmente en la educación”. También advierte sobre la necesidad de formar a docentes con enfoque de género y derechos humanos, para garantizar el a una educación sexual integral de calidad.

Así mismo, señalan que el estigma en torno a la educación sexual integral están profundamente ligado al desconocimiento y que, frente a este miedo, circulan mitos acerca de que incentiva la promiscuidad, la homosexualidad o el libertinaje. Según Mariana Sanz de Santa María, cuando las personas tienen más entendimiento sobre sus cuerpos gracias a la ESI, postergan el inicio de la vida sexual, ayuda a prevenir embarazos adolescentes y se posibilitan vidas más libres y con mayor capacidad de cuidado sobre el cuerpo.

“La educación sexual no se trata sólo de evitar embarazos o infecciones, sino de habitar el cuerpo de forma libre e informada, tener conocimiento del cuerpo, el consentimiento, la toma de decisiones informadas y el fortalecimiento de la autonomía”, complementa.

¿Cómo empezar a hablar de educación sexual desde casa?

Romero también insiste en que hablar de sexualidad con niños y niñas no debe ser una conversación forzada ni un interrogatorio. “Los cuidadores piensan que hablar de sexualidad es sentarse y decir: ‘Bueno, cuéntame sobre tu sexualidad’. Y no es así”, precisa.

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En lugar de preguntas directas, que pueden generar incomodidad o silencio, propone crear espacios cotidianos de cercanía y juego. “Si te sientas en el piso a jugar, a leer un cuento o simplemente a acompañarlos en lo que están haciendo, ahí empiezan a surgir las conversaciones”, señala, destacando la importancia de habitar los espacios de confianza de los menores de edad.

Muchas veces —añade— los niños cuentan situaciones que vivieron o que le ocurrieron a un amigo o amiga, cuando en realidad están hablando de sí mismos, esperando ver la reacción del adulto. La experta en niñez aconseja que “no se trata de cuestionarlos, sino de acompañarlos: ‘¿Y qué pasó?’, ‘¿cómo te sentiste con eso?’, ‘¿a quién se lo contaste?’. Desde ahí se empiezan a construir herramientas y a detectar si hay algo que necesita atención”.

Para Santa María, todo nace de la sinceridad que le transmiten los cuidadores a sus hijos e hijas. Considera que educar en sexualidad implica nombrar el cuerpo sin miedo ni estigmas: “el pene se llama pene, la vulva se llama vulva”, y responder con honestidad cuando los niños preguntan de dónde vienen los bebés o por qué sus cuerpos son diferentes. También significa enseñar que pueden decir “sí” o “no”, que pueden poner límites y que hay adultos de confianza a quienes acudir si alguien les genera incomodidad.

Las expertas resaltan la importancia de no promover manifestaciones de afecto con las que niñas y niños no se sientan cómodos, y de enseñarles a identificar sus propios límites y a ejercerlos con seguridad. Cuando los expresan, deben ser respetados. Además, enfatizaron que ningún adulto —sea familiar, docente o conocido— debe pedirles guardar secretos. Cualquier situación que les resulte confusa o les incomode debe poder ser compartida con sus cuidadores de confianza.

¿Cómo aprender a detectar señales de abuso sexual en menores de edad?

De acuerdo con las personas consultadas para esta nota, las niñas y los niños que están siendo víctimas de abuso sexual lo manifiestan de alguna manera, aunque no siempre sea fácil detectarlo. Las señales pueden variar dependiendo de cada caso, pero hay ciertos comportamientos que deben generar alerta en cuidadores, docentes o personas adultas cercanas.

Algunos menores presentan signos de retraimiento emocional: se vuelven más callados, evitan el o físico, sienten miedo al ser abrazados o muestran rechazo ante la cercanía de otras personas. También puede haber pérdida de interés por las actividades cotidianas, aislamiento o tristeza persistente. “Es como si se apagaran”, concluye Santa María.

Por otro lado, pueden aparecer señales opuestas: conductas sexualizadas que no corresponden con su edad. Aunque es normal que en la infancia exista cierta curiosidad por el cuerpo, hay una gran diferencia entre eso y la repetición de comportamientos con connotación erótica, como simular actos sexuales, usar la boca para tocar zonas íntimas o masturbarse con un lenguaje o gestos propios de una experiencia adulta. Estos actos demuestran que el menor de edad ha vivido o replicado algo que no corresponde con su etapa de desarrollo.

En contextos escolares también pueden observarse comportamientos inusuales, como cuando un niño o niña inicia acercamientos hacia otros compañeros con una carga sexual evidente. Ante esas conductas, se recomienda no juzgar al menor, sino preguntarse qué hay detrás: si ha estado expuesto a contenidos inadecuados o, en el peor de los casos, si hay una situación de abuso que necesita ser investigada.

El entorno de confianza entre cuidadores e hijos es fundamental para identificar cualquier cambio. Si una niña o niño empieza a tener cambios abruptos en su estado de ánimo, deja de comer, duerme mal o manifiesta dolores físicos sin causa aparente, es necesario prestar atención. Aunque no siempre se trata de abuso sexual, puede haber alguna forma de vulnerabilidad que requiere acompañamiento.

Por último, las expertas aconsejan observar posibles señales físicas que no deben pasarse por alto: irritaciones, lesiones o dolor en las zonas íntimas, miedo desproporcionado a ciertos lugares o personas, conocimiento de temas sexuales inapropiados para su edad, “Los niños comunican de muchas formas. No siempre lo dicen de forma directa, pero hay que aprender a leer lo que nos están diciendo con su conducta”, afirma Peña.

Luisa Lara

Por Luisa Lara

Comunicadora social con énfasis en periodismo. Tiene estudios de género y diversidad en el Knight Center for Journalism. Interesada en contar historias con una perspectiva interseccional y feminista.
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