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Sucedió en varias reuniones de trabajo: el jefe o algún invitado decidió que era el momento de una “dinámica de integración”. De repente, una reunión que avanzaba con una calma sin necesidad aparente de perturbar se transformó en la oportunidad para crear obras de teatro, disfrazarse o hacer un movimiento sensual, sexy.
Cada vez que ese momento ha sucedido y a pesar de los intentos por encontrar en ellos su lado amable, recuerdo esa sensación que tenía cuando llegaba el payaso y yo salía a buscar a mis papás y a sus amigos para evitar buscarle la cola al burro, tocar a desconocidos o ser la burla de alguien ante un asomo de timidez.
El tema también ha trascendido las reuniones laborales, en parte, por esa dinámica de las redes sociales que te invita a contar casi todo lo que haces. Hace unas semanas, una empresa de eventos invitó a un grupo de periodistas a un festival local y, en la mitad del evento, una de las organizadoras pidió a los asistentes levantarse, alzar sus copas y mover el cuerpo de un lado para otro hasta que terminara el video.
Para las personas como yo, que no estamos tan acostumbradas a esto y podemos vivir momentos sin pensar en las fotos, el tema se convierte en una pregunta: ¿cómo ayudar, alegrarse con los otros y evitar salir en una red social, pública, así?
El tema apareció de nuevo días después cuando una niña cercana que quiero le contaba a su mamá la vergüenza que sentía cuando le tomaban fotos en su salón de clase, sin su consentimiento. Ahí me pregunté: ¿quién piensa en los introvertidos? Sí, ¿quién piensa en los que disfrutan relacionarse con otros de forma tranquila o, simplemente, en formas más privadas? ¿Quién tiene en cuenta a los que no disfrutan tanto la presencia de los desconocidos o a aquellos que se sienten bien y no son tímidos, pero no son un derroche de efusividad?
El psicólogo Adam Grant lo definió bien: ser introvertido no se trata de dónde obtienes la energía, sino cómo asumes los estímulos. Los introvertidos también reciben energía de las personas. “Nos cansamos más fácil con fiestas muy largas o invitados eternos. No soy antisocial, me gusta la calma”, explica. Y aclara que esto no significa que sean aburridos, les falte chispa o pasión.
En un mundo de algoritmos donde muchos quieren ser famosos y, al mismo tiempo, ser vistos como únicos, ¿qué pasaría si, en lugar de intentar que los demás se parezcan a nosotros, escuchamos más y conocemos formas distintas como las de esos introvertidos que serán amables y te ayudarán, pero no están interesados en llamar mucho la atención?
En 2006, Adam Grant, sca Gino y David Hofmann realizaron una encuesta cuyos resultados comprobaron lo sospechado: el 65 % de los ejecutivos más destacados consideraron la introversión como una barrera para el liderazgo. Otros estudios demostraron que los presidentes estadounidenses más extravertidos fueron catalogados como los más efectivos. Aunque es cierto que ningún mar calmado convirtió en experto a un marinero, las aguas tranquilas también tienen belleza, merecen ser tenidas en cuenta y también hay que aprender del que vive con serenidad en tiempos de fotos y contenidos interminables para redes.
