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Qué raro este viernes 13, sin que además sea víspera de puente festivo. Y en este junio que tiene tres lunes de vacaciones, sobre un total de cinco. Son los caprichos, no del tiempo sino del calendario, que es un invento cercano para ponerles medidas a las vueltas de la tierra alrededor del sol.
Así vamos girando los terrícolas que nos sentimos dueños del universo, siendo que no hemos podido descifrar lo que hay más allá de la muerte. Por eso nos quedan sobrando horas en esta contabilidad pretenciosa del tiempo. Y por eso nos tocó engañar a los cielos con la fábula de los años bisiestos. Así nos hicimos la ilusión de mantener bajo control a las estrellas.
Esta elemental reflexión es apenas una muestra mísera de la debilidad de nuestro pensamiento. Tuvimos que acudir a la ficción para encerrar el vasto mundo en la pequeñez de nuestras matemáticas. Se nos desbordó la realidad y no tuvimos más remedio que ingeniar la trampa.
Todo esto es indicio de cómo nos engañamos en asuntos cotidianos como la contabilidad de nuestro simple viaje a lo largo del tiempo. No es por eso extraño que nos queden grandes dos preguntas elementales: ¿qué era yo antes de nacer? ¿Y qué seré después de muerto?
La primera no nos inquieta, puesto que se quedó atrás en nuestra corta historia personal y en consecuencia le aplicamos un sentido común elemental: “A lo hecho, pecho”. Nuestra prehistoria individual nos parece inmodificable, es una niebla del tiempo que no nos afecta como individuos. Pero basta pensar un momento, para sospechar que esta conclusión no parece tan exacta.
En cuanto a lo que seremos después de la muerte, eso sí nos mortifica, puesto que la negrura es total. De ahí que los antepasados tuvieron que inventar las religiones, como una respuesta tranquilizadora y moralizadora hacia el presente. En efecto, los dioses —uno o muchos, según las diversas civilizaciones— ofrecen paz para nuestra realidad postrera.
Además, esa solución está condicionada a una conducta apegada a lo que cada época toma como regla de buen comportamiento. Por eso las religiones han sido una solución tan duradera, ya que otorgan a la gente un dictamen que satisface de modo simple los interrogantes más complicados de la vida.
Estas rápidas reflexiones sobre asuntos de la vida y la muerte alumbran la importancia de algunas personas que a lo largo de la historia se han aplicado a reflexionar. Son los filósofos. Siempre los ha habido, así sus contemporáneos no les otorguen la preeminencia que merecen.
La etimología de su oficio los define como amantes de la sabiduría. Egipto, Grecia y Roma marcaron en la antigüedad el florecimiento de los fundadores de muchas escuelas y teorías. Sus sucesores actuales publican libros, se comunican por internet y son consultados por los medios de prensa cada vez que a estos se les ocurren preguntas trascendentales. El ansia del saber nunca se ha apagado. La cabeza y la imaginación del hombre son un hervidero que no se aquieta.
