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‘Guardianes del orden’, la reciente propuesta del alcalde Galán para mejorar la seguridad en Bogotá, parece diseñada para los medios de comunicación y no es una solución estructural a los problemas de orden público de la capital.
La seguridad en Bogotá está desbordada. No es una cuestión de percepción, pues los indicadores confirman que han aumentado los homicidios, los sicariatos, los robos, la violencia en los robos, las extorsiones, los feminicidios y todas las demás cifras que miden la seguridad.
Sin embargo, las propuestas para enfrentar los problemas de seguridad han demostrado la falta de comprensión del problema. Primero, la istración distrital reencauchó una propuesta vieja: prohibir los parrilleros en moto. Luego hizo operativos en sitios de venta de celulares, ha peleado con el gobierno nacional por el número de policías en la ciudad y finalmente propuso crear unos “Guardianes del Orden”.
Todas esas propuestas sólo dejan ver el desconocimiento y la falta de liderazgo del alcalde y de su gabinete. Prohibir los parrilleros en moto, por ejemplo, es un refrito de comienzos de los 90 cuando los sicarios en moto se hicieron famosos y se pensó que para reducir los sicariatos era perfecto prohibir el parrillero. Pero estudios posteriores han demostrado que la medida no ha servido para nada. Lo peor es que la medida desconoce la realidad actual del mototaxismo con plataformas como Picap, DIDI y hasta Uber ofreciendo el servicio.
La pelea con el gobierno nacional por el número de policías en Bogotá riñe mucho con su postura de hace unos años cuando la entonces alcaldesa de Bogotá, Claudia López, al enfrentarse al mismo problema, propuso que se creara una policía para las áreas metropolitanas que no pudiera ser trasladada a otras regiones.
En su momento Galán dijo que era un riesgo de corrupción y se opuso a la propuesta. Ahora, como alcalde, parece que se entera del problema. La ciudad paga por formar policías y les paga su salario, pero la policía, al ser nacional, los puede trasladar a cualquier parte del territorio nacional. Es decir que la capital corre con los gastos, pero no aumenta el número de policías que necesita.
Pero la más absurda de las propuestas para tratar de resolver la seguridad en Bogotá es la de los Guardianes del Orden, mediática pero inútil. Estos guardianes no tendrán funciones de policía, es decir, no podrán ser guardianes de nadie pues no tendrán las facultades para sancionar o llamar la atención a nadie.
¿Se imaginan atender una riña o una pelea familiar o entre vecinos sin ninguna facultad de policía? En realidad, va a ser más trabajo para la policía, porque a lo mucho, podrán denunciar, pero no pondrán orden en ninguna parte, es sólo más burocracia para tener impacto en medios de comunicación.
Esto es contradictorio con un gobierno que ha dicho que recortará gastos innecesarios y que está proponiendo acabar con entidades importantes y útiles como La Rolita. Los Guardianes del Orden, tal como están propuestos, serán un cuerpo de vigías que no reducirán la inseguridad y sí crearán ruido y desgaste istrativo.
Las propuestas de solución del alcalde Galán solo demuestran que hay un profundo desconocimiento de Bogotá por parte de él y de su gabinete, y que tener títulos y estudiar en el exterior no necesariamente te hace idóneo para istrar la ciudad.
Lo más doloroso de la propuesta es que los opositores tampoco saben de qué hablan. Voces de senadores y representantes a la Cámara han salido a protestar por la propuesta diciendo que se convertirían en posibles CONVIVIR o cuerpos de seguridad.
Olvidan estos representantes de Bogotá que los guardianes no sólo no podrán portar armas, sino que tampoco podrán sancionar a nadie con lo cual su capacidad para influir sobre los ciudadanos será nula.
Lo que demuestra esta propuesta y la reacción de la oposición es que los que se hacen elegir por Bogotá lo hacen como escampadero o como trampolín para llegar al nivel nacional, no son personas que conozcan la ciudad, que sepan su normatividad especial o que se preocupen por su problemática. Tan sólo son políticos que quieren ser elegidos en el nivel nacional, ya sea en el Senado o la Presidencia y que no les preocupa realmente el futuro de la ciudad.
El gran problema de Bogotá en materia de seguridad está en la profesionalización del crimen. No se trata de ladrones solitarios buscando algo para comer, se trata de empresas criminales con nexos en el exterior y que contratan a personas dispuestas a cometer homicidios. Este tipo de crimen no se resuelve con unos pocos empleados civiles recorriendo las calles y que podrían estar en riesgo si llegan a denunciar alguna de estas bandas criminales. Se trata de tener un personal capacitado que haga inteligencia y pueda desmantelar las bandas, mercados y economías negras, controlar el tráfico de elementos robados, de armas, de drogas.
En algo tiene razón el alcalde: se necesita que la policía se dedique a perseguir y atrapar a esas empresas criminales y no a decomisar los porros de los jóvenes en los parques y a poner comparendos por basura. Por eso la propuesta de una policía metropolitana que hacía la ex alcaldesa Claudia López era muy útil, pues permitía que existiera un cuerpo especial de policía, este sí con capacidad de sancionar, que se pusiera al frente de las quejas por ruido, de las riñas entre vecinos, del mal manejo de basura, es decir, de la convivencia ciudadana. Una policía que velara por el comportamiento adecuado para vivir en sociedad, mientras que la otra policía se dedica a capturar a los grandes delincuentes.
El Congreso le hizo un gran daño a Bogotá cuando aprobó el Código de Policía Nacional, puesto que le quitó las funciones de sanción istrativa a los alcaldes locales y se las pasó a los inspectores y a los comandantes de estación. Eso recargo a los últimos y dejó sin trabajo a los primeros.
Ahora la policía se dedica más a cerrar bares y restaurantes, a quitar los porros de los jóvenes y no a desmantelar las bandas transnacionales de crímenes. Cuánta falta nos hace que en el Congreso haya personas que conozcan y quieran a Bogotá, y no a gente que llega allá como escampadero o trampolín para otros cargos.

Por Blanca Inés Durán
