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El atentado que sufrió Miguel Uribe es el triste recuerdo de que no hemos logrado sacar la violencia de la política colombiana, y es el campanazo de alerta que necesitamos todos como sociedad para desarmar la palabra y bajarle a la polarización.
Este atentado a Miguel Uribe, del cual espero que se recupere para que continúe su carrera política, y envío toda mi solidaridad a su familia, tiene el potencial de desatar una nueva ola de violencia política en el país, similar a la que vivimos quienes crecimos durante las décadas de los años 80 y 90 y que nos llevó al borde de ser una “República fallida”.
Sin embargo, Colombia ya no es la misma de esas décadas del siglo pasado. Los enemigos de la paz y la democracia tienen motivaciones y objetivos diferentes. Además, hoy tenemos otro agravante: las nuevas tecnologías de información y desinformación, que indudablemente han profundizado la polarización política que nos está empujando a esta nueva espiral de violencia.
En los meses en que llevo escribiendo esta columna, he argumentado que las posiciones extremas siempre llevarán a la polarización; y la polarización, como lo explican los premios nobel de Economía Daron Acemoglu y James Robinson, es un factor que saca a las naciones industrializadas del camino del desarrollo económico y social, y evita que las naciones en vía de desarrollo puedan entrar en ese “estrecho corredor”.
Lo que hagamos a partir de este atentado será fundamental para evitar que los violentos logren su objetivo, esto es, que nos empuje a una espiral de violencia. Para contenerlos, debemos cerrar filas para profundizar la democracia y que, como nación y como república, salgamos fortalecidos de esto.
Lo primero que debe suceder es una investigación seria, rápida y efectiva por parte de las autoridades, que nos lleve a conocer quiénes fueron los autores intelectuales de este hecho. Por experiencias anteriores sabemos que las investigaciones en casos de tal magnitud se quedan en la judicialización de los autores materiales del crimen, sin llegar a esclarecer por décadas quién y por qué intentan matar a un candidato. No podemos permitir que este sea el caso, las autoridades deben resolver de manera pronta y eficiente, sin cortinas de humo ni desviaciones, hasta llegar a todos los responsables de este hecho repudiable.
Por otra parte, en medio de la ola de teorías de la conspiración que han llegado a proponer hipótesis ridículas, como por ejemplo un “autoatentado”, y del oportunismo político para sacar provecho electoral de esta tragedia, es necesario escuchar las voces de sensatez en medio del ruido. Los gritos que culpan a uno y a otro del atentado no nos ayudan a bajar el tono violento con el que los políticos se están comunicando.
“Propongo a todos los partidos políticos de Colombia una reunión de urgencia para que en conjunto rechacemos la violencia en la política y acordemos medidas para defender la democracia”, trinó muy acertadamente María José Pizarro.
Este es el llamado que deben atender tanto los partidos como los líderes políticos.
Solo de esta manera podremos evitar que este atentado se convierta en una justificación de violencia política tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda. La mesura, la capacidad de diálogo en medio de la diferencia y de llegar a compromisos para alcanzar logros colectivos es el verdadero camino.
Nosotros, la ciudadanía, también tenemos una responsabilidad, no seguir difundiendo noticias falsas que buscan llenarnos de miedo y parálisis, bajarle el tono al debate político para lograr debatir nuestras ideas con pasión, pero sin agresividad, apoyar a nuestros candidatos y sus propuestas, en medio del respeto y la empatía.
La ciudadanía colombiana tiene muchos dolores, muchas tragedias acumuladas que nos han llenado de rabia y resentimiento, no sabemos tramitar nuestras diferencias y en algunos casos sólo queremos venganza. En medio de este nuevo dolor, invito a todas las personas a sanar esas heridas, a buscar la reconciliación, a construir un país posible. Yo tengo 53 años y pensé que no volvería a ver un atentado contra un candidato presidencial. No podemos retroceder, en nuestras manos está la democracia.

Por Blanca Inés Durán
