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La semana pasada se estrenó en Netflix la que seguro será una de las mejores series de televisión del año: Adolescence. Dirigida por Philipp Barantini y creada por Jack Thorne y Stephen Graham, Adolescence es técnicamente impecable: cada uno de sus cuatro capítulos es un plano secuencia perfectamente coreografiado y con actuaciones de primera hasta en los extra. La serie cuenta la historia de Jaime, un chico de 13 años que asesina a cuchilladas a su compañera de colegio, y trata de entender por qué alguien cometería un crimen tan horrible. La serie está inspirada en varios casos de la vida real y trae al centro de la conversación lo que se conoce como la manósfera, sótanos de Internet en donde hombres que se autodenominan “involuntariamente célibes” dan rienda suelta a su misoginia.
La manósfera tiene toda una semántica y una mitografía. Como explica uno de los personajes en el segundo capítulo, “la pastilla roja significa ver el mundo como es” (un símbolo que dejó atrás su referencia a Matrix), es decir, desde una interpretación bastante cínica y machista de las relaciones entre hombres y mujeres, en donde nosotras somos trofeos caprichosos que solo nos vinculamos con los hombres por interés. Si en este punto le decimos la manósfera es porque es un fenómeno global, organizado, y que ha mostrado tener poder político (como ejemplifica Estados Unidos). No se limita a una red: está en todas partes, en todos los formatos y tonos. Es una estrategia mundial de radicalización, financiada a largo plazo.
Entonces, ¿el problema es internet? Algunas personas piensan que sí. “Quiero que la enseñen en las escuelas, que la pongan en el Parlamento. Es crucial porque esto sólo va a ir a peor. Es algo sobre lo que la gente necesita hablar, ojalá eso sea lo que pueda lograr la serie”, dijo Jack Thorne en una entrevista con la BBC, citada por El Espectador. Thorne pide política pública que restringa el a internet y a teléfonos inteligentes para niños y adolescentes. Algunas medidas similares ya se adoptaron en Australia, y cada vez son más los grupos que piden restricciones más estrictas.
¿Pero restricciones a quién? ¿Cómo es que una ley va a lograr que los adolescentes no se metan a internet? ¿Los y las vigilaremos 24/7? ¿Quemamos todos los teléfonos inteligentes y no volvemos a mencionarlos como en un remake de Footloose? Quizás es una salida fácil creer que basta con prohibiciones para los adolescentes. ¿Por qué no estamos exigiendo regulaciones y restricciones a las grandes corporaciones dueñas de Internet, que se lucran con la circulación de estos discursos de odio en sus feudos digitales?
La misoginia de la manósfera no es novedosa. Es el mismo machismo de siempre reempaquetado y en un ecosistema fértil para que se reproduzca de forma exponencial. Pero el machismo no comienza en internet: las redes son solo la gasolina. Una buena parte del problema es que estos discursos de las redes resuenan con el patriarcado que está afuera, con las actitudes y comentarios machistas, y, sobre todo, encuentran confirmación en la desigualdad de poder que hay en el mundo.
