Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Fue un video que circuló de forma impune por este oscuro mundo de las redes sociales el que llamó la atención del asesinato de Sara Millerey González Borja. El video volvió “espectacular” un crimen y demostró que nunca se toca fondo cuando del accionar de seres humanos con almas podridas se trata.
Sara Millerey era una mujer trans, tenía 32 años y vivía en el municipio de Bello, Antioquia. Su mamá, Sandra Borja, cuenta que era linda y amorosa. “Inició su transición de género a los 15 años y escogió Millerey como su nombre porque le encantaban las ‘mirellas’: las brillantinas, la escarcha, lo que iluminara su pelo y ojos”, señala el reportaje “De la belleza al terror: la historia de Sara Millerey, la víctima del asesinato tránsfobo que conmociona a Colombia”, publicado en El País de España.
El pasado 4 de abril, a plena luz del día y con algunos testigos observando, Sara fue torturada hasta fracturarle todas sus extremidades; luego su cuerpo fue abandonado en una quebrada donde intentó flotar, pero no aguantó. Así estuvo cerca de dos horas y así, ahogándose, fue como vecinos del lugar la grabaron y no hicieron nada para ayudarla.
A su madre alcanzaron a avisarle. Ella corrió hasta un puente desde donde pudo ver a su hija. Quiso lanzarse, pero la atajaron. “Yo le gritaba: ‘¡Amor, amor, agárrese fuerte, agárrese de esa rama!’’. Recuerda que Sara la miraba a los ojos desde lejos”, dice otro fragmento de El País.
El sacerdote que hizo la misa el 8 de abril, día del entierro, les dijo a los feligreses: “Sara Millerey se sentía mujer, como cualquier mujer. ¿Qué le quitaba el mundo? ¿Qué le arruinaba al mundo? ¿Qué cambiaba en el mundo? Miren, muchos de aquí viven así, y con miedo, porque acá hay mucho homofóbico”.
El Observatorio de Derechos Humanos de la Organización Caribe Afirmativo denuncia que, en lo corrido de 2025, se han cometido 25 homicidios contra la población LGTBIQ+. “Este hecho no es aislado. Hace parte de una ola de violencia sistemática que enfrentan las personas LGBTIQ+ en el país, en especial las personas trans, quienes siguen siendo blanco de ataques que no solo buscan silenciar sus cuerpos, sino también borrar sus existencias”.
La filósofa española, Ana Carrasco Conde, escribe sobre el odio y lo explica señalando que “se trata de concebir al otro como algo que ha de ser eliminado porque su mera existencia perturba la nuestra. Se trata de proyectar lo peor de nosotros mismos contra el otro (…). Al que odia no le basta con la aniquilación de su objeto ni con su sufrimiento: puede incluso querer acabar con su estirpe y con su sangre para evitar que nada de él o de ello perviva. Que nada quede”.
Odio, morbo e indiferencia mezclados en un coctel que envenena y rebusca los argumentos más retorcidos para eliminar y facilitar que eliminen a otros porque no encajan en los gustos morales, físicos, sexuales, ideológicos o religiosos de los demás. Ese coctel está hecho con el insumo de los discursos discriminatorios que, muy al estilo Trump y Milei, ensalzan con un moralismo barato la idea de la purificación de los seres humanos.
Si ante un crimen como el de Sara Millerey, antes de condenar, lo primero que usted hace es aclarar que no está de acuerdo con la identidad sexual de esa persona, revísese, porque, aunque no lo vea, su postura está validando el uso de la violencia contra el que no se le parece.
La Fiscalía ofreció una recompensa de 50 millones de pesos por información sobre los asesinos de Sara, pero todos sabemos que en el país de la belleza es sencillo matar y fácil evadir la justicia.
*Periodista/directora Feria del Libro Pereira.
