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Un libro, un regalo que fue libro y luego ripios de papel mordidos y vueltos a morder por un perro inmortal, y que después se volvió un manojo de remiendos, me sumergió en un diálogo entre dos escritores que veían la vida desde veredas enfrentadas y en un infinito reguero de frases que me llevó a otras frases y a decenas de autores que no conocía. Con un gesto, aquellos dos personajes, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, vencieron sus animadversiones ideológicas y políticas y demostraron la importancia que tenía para ellos el arte del desacuerdo. Invitados por el periodista Orlando Barone, se sentaron durante siete mañanas de sábado entre 1974 y 1975 a conversar sobre literatura, cine, periodismo, autores y sueños, sobre el tango y las milongas, los cuentos y las novelas, la poesía, el plagio, la vida, el suicidio y la muerte, Dios y los demonios…
Uno, Borges, se arrepintió de viejas y muy marcadas convicciones y itió que durante varios años había preferido a Quevedo sobre Cervantes, “Tal vez Quevedo era mejor escritor página por página y línea por línea. Pero en conjunto es infinitamente inferior, porque nunca pudo crear un personaje como el Quijote”, dijo, se quedó en silencio, e insinuó que Quevedo le habría podido corregir una página a Cervantes, pero no escribirla. El otro, Sábato, dejó en claro que a algunos escritores él los había omitido inconscientemente, y seguro eran de los que más lo habían marcado, porque “una frase, una pequeña frase puede influir sobre nosotros sin saberlo”. Los temas y el diálogo se sucedieron, y de repente llegaron al suicidio. Sábato dijo que había pensado en el suicidio muchas veces. Borges le respondió que él también, que llevaba setenta y cinco años suicidándose. “Tengo más experiencia que usted, Sábato”.
Sábato: “Sí, fui muy propenso al suicido… Sobre todo de muchacho…”.
Borges: “Yo, hace tiempo, me había puesto un plazo. Me dije: bueno, vamos a esperar sesenta días. Si mientras tanto no sucede nada y no cambia esta situación, voy a suicidarme. Y si sucede algo, mejor todavía. De todas maneras, el que va a suicidarse se siente un héroe, se siente fuerte”.
Sábato: “Claro, va a liquidar el Universo. El suicida es egoísta y criminal. Se mata él por no matar a otro. Muchos que fracasaron en su suicidio terminaron matando a otros”.
Borges. “Hay una historia que me contaron, parece que ocurrió en un café de la calle Bolívar, en el barrio Monserrat. Allí iban todos malevos. En el mostrador estaba un individuo que decía que tenía una mujer que lo engañaba, que él estaba muy solo y que pensaba matarse. Otro, que lo escuchaba, dijo: ‘Mira, cuando uno habla tanto de suicidio no lo hace. Suicidarse es mucho más fácil’. Entonces sacó su revólver y se pegó un tiro”.

Por Fernando Araújo Vélez
