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En días recientes, con motivo del viaje de Petro a China, dirigentes gremiales (Cabal y Mac Master, si no me equivoco) afirmaron que era una provocación a los Estados Unidos. La posición es tan sorprendente que debe considerarse, ella sí, una provocación, al menos contra el buen sentido.
¿Cuál será su origen? ¿Una mentalidad según la cual el mundo comienza en los lugares elegantes de nuestras grandes ciudades (el parque de la 93 en Bogotá, digamos) y termina en Miami? Podría ser. Ella está muy extendida entre ciertos sectores. Pero ese mapa mental, que siempre fue muy chiquitico, no sólo ya caducó, sino que, lamento decirles señores, lo hizo para siempre. No volverá.
¿De pronto una subordinación completa, apasionada, sin pliegues, matices ni resquicios? También es creíble. Pero, en este caso, aparte de chocante (ver a las gentes arrastrándose no es un espectáculo agradable) la posición es ineficaz. Trump, uno de los síntomas más coloridos de esos cambios profundos por los que está pasando el orden global, muy en su estilo, es defensor de los líderes fuertes, poderosos, capaces de tomar posiciones duras. No sólo de aquellos alineados con él, como Bukele; también de figuras como el ruso Putin, el chino Xi o el norcoreano Kim. Pero si lo ha dicho explícitamente, no una sino varias veces (como llevo más de una década siguiendo con cuidado a Trump me sé más o menos de memoria sus monsergas). En eso, hay que reconocerlo, Trump no está sólo. De Gaulle, quien perteneció a una clase completamente diferente de liderazgo político, decía que uno sólo puede apoyarse en lo que resiste. Y, seamos sinceros: ¿quién respeta a quienes, temblando como corderitos, dan la razón siempre a lo que creen que piensan los poderosos, incluso antes de que hablen, mientras gruñen prepotentes contra los débiles?
En estas cosas, por supuesto, deben prevalecer el realismo y el sentido de la responsabilidad. Claro que no hay que estarle buscando bronca a los Estados Unidos. Necesitamos llegar a una relación adulta, en la que se puedan tramitar tanto nuestros múltiples intereses comunes como nuestras diferencias. En ese contexto, que nuestro presidente viaje a un país que, con todo y el carácter inevitablemente mezclado de su experiencia, es un milagro del desarrollo único en la historia de la humanidad, y una potencia económica, militar y tecnológica, no sólo es positivo, sino que puede traernos réditos grandes y la posibilidad de encontrar nuestro lugar en el globalismo multipolar en formación.
De hecho, a China misma, así como a otros países que experimentaron el desarrollo acelerado, como India, le resultó tremendamente conveniente poder hablar con diferentes actores, de las más diversas orientaciones y regímenes. Se dieron su espacio para interactuar con ellos, y conquistaron su margen de maniobra para negociar.
Todo esto debería llevar a una reflexión cuidadosa sobre la naturaleza de la política gremial en Colombia. ¿A quién representa? ¿En qué sentido no le convendrá a las grandes empresas, o de hecho a los ganaderos u otros productores agrarios, abstenerse de interactuar con un mercado de mil millones de personas? ¿O, si estamos hablando de los empresarios y comerciantes que proveen el grueso del empleo (en Colombia, más los medianos y pequeños), porqué habría de molestarles? ¿Quién pierde con el a créditos para infraestructura en el Banco del Desarrollo de las grandes economías emergentes (BRICS)? ¿O simplemente se trata de hostilizar cualquier acto del gobierno? Pero Mac Master ha dicho que la lógica del odio “no es revolucionaria”, por lo que uno esperaría que adoptara posiciones menos irreflexivas.
Algunos dirigentes gremiales están dedicados a fomentar la lucha de clases pura y dura, incluso cuando no hay razón aparente para hacerlo. En cierto sentido, son marxistas involuntarios, como el burgués gentilhombre de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo. En esto, sí que hay analogías con nuestro atormentado pasado. Ojalá todos sepamos aprender de él.
