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El mundo moderno occidental se fundó sobre la tríada Libertad, Igualdad, Fraternidad, que viene de la Revolución sa: el llamado consenso liberal, ese mínimo de acuerdos sobre respeto a las libertades básicas, igualdad ante la ley y un mínimo de solidaridad para asegurar una convivencia pacífica y que tuvo desarrollo en la segunda parte del siglo XX en los Estados de bienestar europeos, principalmente.
A medida que las sociedades se hicieron más complejas y se diversificaron las demandas sociales, se advirtió la insuficiencia de este modelo liberal para atender, al mismo tiempo, los problemas de distribución y de reconocimiento, como bien lo planteó Nancy Fraser en Justicia Interrumpida, en la década de los 90 del siglo pasado.
El mundo libre que reclamó su victoria con la caída del Muro de Berlín en 1989 y el fin de la historia, decretado por Fukuyama, se transformó en un mundo en el que la libertad económica, el mercado, se transformó en el núcleo central del orden político. Esto tuvo como consecuencia la reproducción de las desigualdades y la corrosión del carácter hacia un mundo excesivamente individualista e insolidario, como lo mostraron en su momento Lipovetsky y Sennett.
Para hacer frente a las limitaciones del consenso liberal, surgieron en la década de los 60, especialmente en Estados Unidos y posteriormente en Europa, las políticas antidiscriminación y de igualdad material para equilibrar la cancha en favor de grupos poblacionales que habían sido históricamente discriminados: las políticas DEI, por sus siglas en inglés. Así, afroamericanos recibieron beneficios para compensar prácticas de discriminación que se remontaban a los tiempos de la esclavitud, con prácticas que fueron conocidas como las leyes de Jim Crow que segregaban a blancos y negros, bajo el principio de separados, pero iguales, una segregación avalada por la Suprema Corte como en el caso Plesy vs Ferguson de 1896.
Al mismo tiempo, el movimiento feminista logró que las mujeres fueran tratadas en condiciones de igualdad que los hombres, y que los Estados adoptaran medidas de acción afirmativa para equilibrar la inequidad de a cargos públicos y a otros espacios en los que la mujer había estado históricamente excluida, precisamente por el rol que se le impuso en la sociedad. También se sumó a estas demandas de reconocimiento el movimiento LGBT, siendo el suceso conocido como la revuelta de Stonewall en New York, en 1969, un punto de inflexión de la lucha por los derechos de una comunidad también históricamente discriminada.
Esto pone en evidencia que al modelo liberal le cuesta reconocer y atender la diversidad, porque predomina el principio de igualdad formal ante la ley, y la consecuencia es la reproducción de un orden político inequitativo y excluyente. A Colombia el tema llega por la vía de los llamados enfoques diferenciales, directrices de aplicación en las políticas públicas que se adoptan vía mecanismos internacionales y lineamientos de la Corte Constitucional, su impacto ha sido marginal y se ha dado más en el plano simbólico que en la construcción de un orden social más inclusivo. Somos, sobre todo, una cultura retórica.
Contra todo esto es que se enfrenta la istración de Donald Trump –y otro tanto Milei en Argentina–, una reacción que se conoce como el movimiento antiwoke porque, como dicen sus críticos, se ha ido demasiado lejos en la protección de minorías y en las políticas identitarias, las cuales se han convertido en banderas políticas de los movimientos progresistas y de muchos partidos de izquierda en el mundo. Lo woke estaría desafiando el sentido común de que todos somos iguales ante la ley y deberíamos ser tratados de igual manera, y los Estados no deberían intervenir con esta realidad natural.
No puede ser que las mujeres ahora tengan el derecho de decidir sobre su propia vida, que los negros se quejen de ser discriminados, y que los gais y lesbianas quieran llevar una vida como el resto de los mortales. Cómo así que los indígenas reclaman condiciones de vida digna y las personas con discapacidad espacios públicos accesibles, por no hablar de esos inmigrantes que vienen a quitarnos el puesto de trabajo y a robarnos. No más con eso, y menos con nuestros impuestos.
Un nuevo orden político y social está enfrente de nosotros, Trump, Orbán, Milei, son sus caras más visibles. Un fantasma recorre el mundo, los reaccionarios están de regreso, y ahora cuentan con apoyo popular.
