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La democracia moderna no se entiende sin el concepto de representación. A diferencia de la democracia antigua, en la que el ciudadano no delegaba el poder —y no eran todos porque esclavos, mujeres, extranjeros y quienes no tenían cierto nivel de fortuna, no podían participar de la polis—, a partir de la revolución sa, principalmente, el poder se delega y se confía en que esas pequeñas oligarquías, como señaló Schumpeter, sepan istrar la cosa pública.
Para canalizar esa representación llegaron los partidos políticos, quienes son los encargados de recoger las demandas sociales y llevarlas a las instituciones para que estas den su respuesta. Mientras los gobiernos y sus burocracias lo hagan bien, la representación pasa a un segundo plano, pero si el bienestar y la calidad de vida se afecta, el pueblo empieza a preguntarse qué está pasando, por qué quienes han sido elegidos no corresponden con el mandato entregado, y se empieza a preguntar qué o a quiénes representan.
Del populismo se dicen muchas cosas, generalmente negativas, pero se olvida que, con todos sus problemas —especialmente a la hora de gobernar— ha sido la forma como muchos países han logrado que, en contextos de democracias excluyentes, mucha gente se sienta identificada con un líder que promete liberarlos del yugo de las oligarquías. Por eso el populismo, más que una ideología, es un mecanismo alternativo de representación; en tiempos modernos, el peronismo en Argentina es la máxima expresión de ello. Por eso es que puede haber populismo de derecha y populismo de izquierda, y por eso puede haber populistas que lo hagan muy mal y seguir teniendo respaldo de un sector importante del pueblo: sí, es un mal gobierno, pero es mi gobierno y me siento representado en él.
El ascenso de Trump refleja esto, su discurso de revancha contra el establecimiento demócrata y elitista de Washington y las universidades de élite encuentra una masa que se siente representada en esta suerte de resentimiento institucionalizado. Sus caóticas medidas económicas y sus políticas nacionalistas, xenófobas y antiliberales seguramente no mejorarán la calidad de vida de buena parte de sus votantes, las llamadas víctimas de la globalización y de las políticas de diversidad. No importa, Trump dice y hace lo que muchos quieren ver, los representa.
Lo de Javier Milei en Argentina es similar: fatiga generalizada con la representación del peronismo en su versión kirchnerista, malos gobiernos, deterioro de las condiciones de vida, pobreza y la oportunidad para que un personaje de opereta tome las riendas del país. Una nueva generación se siente representada en su mentirosa pero creíble lucha contra la casta, con la que gobierna. Que se vayan todos decían en el país de Borges, y que llegue Milei a hacer lo que tenga que hacer, y si no le sale bien, no importa, nos representa, dicen los jóvenes sin empleo del conurbano de Buenos Aires.
Colombia ha mantenido a raya el populismo; con Uribe hubo devaneos y con Petro ha habido cierta retórica populista sin que pueda decirse que es un Gobierno populista. La categoría política es exigente, no cabe en todo lado y no sirve para explicar toda conexión entre un líder y el pueblo. La democracia a veces permite esas conexiones sin que puedan considerarse un capítulo populista.
Pero con Petro pasa algo que sus contradictores políticos no han entendido y es que, independientemente de si el Gobierno no logra hacer los cambios que prometió —los cuales siguen siendo necesarios—, mucha gente se siente representada en su estilo, en sus formas, en su liderazgo impredecible. Es gente que no se siente representada en el establecimiento tradicional, en esos partidos que abandonaron su función de tramitar demandas sociales para dedicarse a proteger intereses particulares, y Petro les ha dado voz y representación.
En 2026 esto será fundamental. Si el Gobierno no salió bien, el argumento de responsabilizar a dicho establecimiento será útil, y será suficiente para darle otro chance a un proyecto político que, en medio de las dificultades, restablece el vínculo de representación de sectores excluidos en una sociedad tan desigual como lo colombiana.
