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El presidente Gustavo Petro hizo una propuesta de un plebiscito para Venezuela que permitiera establecer un conjunto de garantías políticas conforme a las elecciones presidenciales del próximo 28 de julio del presente año. La propuesta, en esencia, parece revivir lo que han sido los diversos procesos de negociación con la dictadura: el de República Dominicana (proceso en el que fui jefe de la delegación), el de México y el de Barbados.
La propuesta construida por los mandatarios de Colombia y Brasil consistía en crear una hoja de ruta para buscar garantías políticas, garantías electorales, levantamiento de sanciones, respeto al Estado de derecho y democracia. Nada que no se haya intentado antes con el apoyo de la comunidad internacional. Un acuerdo político para la gobernabilidad y la paz del país, entendiendo que todo pasa por construir condiciones para la convivencia política en democracia, pero siempre respetando la voz del pueblo en unas elecciones libres.
¿Cuál fue el obstáculo? El mismo de siempre: Maduro y su régimen. La dictadura se niega a cualquier proceso de negociación serio que conduzca a una transición democrática. Se cierran a explorar una salida política que permita reinstitucionalizar el país. No en vano vimos las declaraciones del propio Diosdado Cabello arremetiendo contra el canciller de Colombia por el simple hecho de referirse a la posibilidad de una transición, o la decisión de Jorge Rodríguez de amenazar a la Unión Europea con retirar la invitación para una misión de observación internacional por levantar las sanciones al presidente del CNE como muestra de buena fe.
La dictadura juega a lo único que le queda: la fuerza bruta. No tienen pueblo: al día de hoy, el candidato de la Unidad, Edmundo González, le saca 20 puntos de ventaja a Maduro, con todo y las pésimas condiciones electorales. No han podido fracturar a la oposición a pesar de todas las tropelías, a pesar del bloqueo de candidaturas y la compra de dirigentes alacranes. No han podido frenar los recorridos de María Corina Machado por toda Venezuela, a pesar de que han cerrado las vías, los hoteles y hasta los abastos que le venden comida. Por eso, Maduro está contra la pared y no tiene manera de ganar el 28 de julio, si no es arrebatando por la fuerza.
La verdad es que, a pesar de 25 años de atropellos, injusticias y miedo, la fuerza del pueblo venezolano está ahí. Su decisión irrevocable de cambiar está intacta, y ese es el mayor patrimonio de todos estos años de lucha.
Estamos ya a tan solo dos meses de que se celebren las elecciones, y en las próximas semanas puede pasar cualquier cosa, porque Maduro sabe que está perdido. Por eso podrían hacer cualquier cosa: inventarse un nuevo conflicto con Guyana para suspender el proceso electoral, judicializar la tarjeta de la Unidad, seguir encarcelando al círculo de María Corina o hasta atentar contra el propio candidato opositor. No podemos descartar absolutamente nada, porque Maduro enfrenta quizás uno de los episodios más complejos desde que está en el poder.
En tal sentido, ahora más que nunca necesitamos del apoyo decidido del mundo libre y muy especialmente de América Latina. Las reacciones y pronunciamientos de Brasil y Colombia, aliados ideológicos del régimen de Maduro, serán cruciales en los venideros tiempos. Necesitamos que Lula y Petro entiendan que, por el bien de sus países, afectados por la migración y el crimen organizado promovido por Maduro, el cambio político en Venezuela es imperioso.
La continuidad de Maduro tendría consecuencias nefastas para toda América Latina, pero mucho peores para Colombia y Brasil y, por tanto, para los proyectos políticos de Petro y Lula. Llegó la hora de echar el resto para salvar a Venezuela y la región. ¿Cuál es la verdadera agenda de Petro con Venezuela? ¿Quiere que Maduro se vaya y retorne la estabilidad a la región o quiere que se quede a sabiendas de lo que significa? Todo está por verse y los próximos días serán decisivos.
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