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Aída, la ópera de Giuseppe Verdi, es un triángulo amoroso digno de cualquier melodrama. En plena guerra militar, los egipcios capturan a una princesa etíope y la convierten en su esclava. Ella y Radamés, el capitán del ejército, se enamoran y comienzan un idilio que, desde luego, está prohibido porque son de bandos contrarios. ¡Traición! A eso se suma que Amneris, la hija del rey de Egipto, quiere casarse con Radamés, se da cuenta de todo y le hace la vida imposible a la pobre Aída.
La ópera fue estrenada en El Cairo en 1871 y, por mucho tiempo, Aída fue interpretada por cantantes blancas con la cara pintada de negro, algo que en este momento se conoce como blackfacing. Las razones eran simples: faltaba un siglo para que comenzara a legislarse en contra del racismo, solo los blancos tenían a las artes de la ‘alta cultura’ y, por lo tanto, no había cantantes negras.
Esas leyes ya existen, el mundo ha evolucionado, la lucha contra la discriminación es una empresa diaria y el blackfacing está prohibido en países como Estados Unidos por considerarse una practica ofensiva y ridiculizante. Aun así, Aída con la cara pintada de negro sigue apareciendo en los escenarios. En el 2022, el Festival de ópera de verano, en Verona, maquilló a Anna Netrebko, una soprano muy rusa y muy blanca, para que pudiera convertirse en la princesa etíope. Angel Blue, soprano negra estadounidense, también parte del elenco de La Traviata en el mismo Festival, sentó su voz de protesta y prefirió no participar.
Hace una semana volvió a pasar: el Teatro Metropolitano de Medellín presentó la ópera de Giuseppe Verdi. Fue un trabajo en equipo en el que se unieron dos orquestas, tres coros y varios músicos invitados, nacionales e internacionales. Aída estuvo interpretada por una mujer blanca en blackfacing. Prolírica, la fundación responsable del montaje, argumentó un respeto por la tradición interpretativa de la obra. Una respuesta muy similar a la que dio la Arena de Verona en su momento.
Es cierto que existen las interpretaciones académicamente informadas, como se llaman en la academia los montajes respetuosos de la tradición. Pero se trata de tocar a Couperin en clavecín, por ejemplo, o a hacer música barroca con una viola da gamba. Son aspectos musicales específicos que influyen en el carácter y el sonido de las piezas. Pintar la cara de Aída simplemente perpetúa estereotipos racistas a través de símbolos.
¿Cuál es la solución, entonces? Ya la dieron las mismas intérpretes. En el 2019, Tamara Wilson se negó a pintarse la cara para interpretar el papel y lo hizo sin maquillaje. Jamie Barton –que sí lo hizo– se disculpó y reconoció su error. Las opciones son sencillas y apelan al sentido común, sobre todo teniendo en cuenta que en ninguna parte del libreto se especifica el color de la piel de los personajes.

Por Laura Galindo
