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El pasado miércoles, el presidente Petro estuvo en Cali supuestamente para firmar el “decretazo” que cuando llegó ya lo había firmado (!) pero aprovechó la rodadita para asistir, más no presidir, un Consejo de Seguridad en torno a la matazón del martes, que puso de relieve la infiltración guerrillera que subió del sur por el Cauca y que hoy se aposentó en la capital Vallecaucana.
Allí llegó como Petro –diré– como Pedro por su casa sin aportar nada nuevo. Vio, oyó y se marchó, no sin antes condenar estos hechos ilícitos y prometer más y más incumplimientos con un desgano y un importaculismo hiriente y ofensivo. Y luego se dirigió a la Plazoleta de San Francisco, que estaba “tetiada” de sus furibundos seguidores que le aplaudían cada vez que respiraba, en donde, además de repetir su eterna repetidera, pidió un minuto de silencio para rogar por la pronta recuperación de su oponente y opositor Miguel Uribe Turbay con un inocultable fariseísmo y un innegable oportunismo.
Fue, sin duda, una intervención política y más aún politiquera ante una audiencia anestesiada que –repito– lo vitoreaba hasta el paroxismo. Y no más, fuera que el estribillo de la noche no fue otro que el coreo de reelección, reelección, reelección.
No tuvo tiempo, sin embargo, de referirse a los proyectos de su departamento anfitrión como la terminación de la doble calzada a Buenaventura, la carretera Mulaló-Loboguerrero, la profundización del a dicho puerto, la licitación del nuevo operador del aeropuerto Bonilla Aragón y el Tren de Cercanías que menos mal está andando.
Insisto, “no dijo ni mu”, ni menos “esta boca es mía”. Le prestamos el clima, la hospitalidad, la tarima, la gente y los aplausos para que dijera lo que quería decir y no para lo queríamos oír en estos aciagos momentos en que la inseguridad nos tiene agobiados, y la noche que llega…
