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Fernando Savater propone una división clásica entre educación e instrucción. En Grecia, cada función la ejercía una figura específica: el pedagogo “convivía con los niños o adolescentes, instruyéndoles en los valores de la ciudad, (moldeando) su carácter y su integridad moral”; formaba ciudadanos que en la polis discutían las leyes y la política. El maestro transmitía conocimientos instrumentales y preparaba jóvenes para la vida productiva.
El aprendizaje moral y ético es bastante implícito, “se apoya más en el contagio que en lecciones estructuradas”. Recibir buen ejemplo es fundamental. Además, esto se logra mejor con jóvenes. En la edad adulta la plasticidad cerebral disminuye y las creencias se arraigan.
Aparte de editor y escritor, Mario Jursich es un historiador accidental cuya curiosidad por lugares y cosas lo lleva a escarbar asuntos cotidianos para analizar fenómenos sociales. “Me interesa la historia de las bebidas” anota en Atemporal. Su interés por el café es peculiar. Más que las personas tomándolo individualmente, le intriga cuando lo hacen en grupo, para charlar, debatir, criticar. Así rescata la importancia, a principios del siglo XX, del café como establecimiento, una verdadera institución política. “Bogotá era una ciudad de cafés”, precisa. Para un libro colectivo, El Impúdico Brebaje, hizo un mapa de esos lugares, concentrados en el centro, cerca de las sedes de los diarios, territorio de periodistas. “El café era una cámara de eco natural para lo que se publicaba en los periódicos… la vida intelectual pasaba por los cafés”. Lo que allí se hacía era tan simple como formativo: “comentar libros, recitar poesía… se compartían lecturas, se leían traducciones… el café fue claramente la institución de la modernidad en Colombia”. Los cafés surgieron como alternativa popular al club donde se reunía y aislaba la oligarquía; tocaba ser itido como socio y pagar. Al café entraba cualquiera, “se veían juntos al intelectual, al embolador, al voceador de prensa, al lotero, al desempleado, a los estudiantes”. Los cafés fueron lugares públicos de encuentro. Un juez que los frecuentaba decía que “son como los parques de las ciudades sin sol”.
El nexo entre los cafés y la formación de jóvenes lo ilustra el emblemático Windsor, abierto en 1912 por el educador Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno. Según Jursich, la república liberal que acabó con la hegemonía conservadora se fraguó en los cafés. “Era gente tomando locamente cafeína e imaginando un mundo distinto… (Allí) se incubó buena parte de los proyectos del liberalismo”. Aunque ocasionalmente había trifulcas y de un café salió Juan Roa Sierra para dispararle a Gaitán, no era un ambiente de matones que fomentara la violencia, ni la ilegalidad.
Sobre la infancia y juventud de Gustavo Petro se sabe poco. En su autobiografía cuenta que su madre, gaitanista, le explicaba que “nosotros también éramos del pueblo de Gaitán”. Después, ella militó en la Anapo y él colgó esa bandera en su cuarto. El padre, conservador laureanista, “también amaba al Che Guevara”. Sus recuerdos del colegio donde, afirma, “adquirí mi formación política”, son ilustrativos. Cuando el golpe contra Allende, “un silencio se adueñó de mi colegio franquista”. Entonces, con 13 años, “salimos a la calle… decidimos paralizar el tráfico” y voltearon un carro. Se unió a un grupo de estudio marxista y luego se enteró que lo dirigía la vertiente maoísta del Partido Comunista, fundadora del Ejército Popular de Liberación. Después vendrían el M-19, disidentes de las FARC y algunos tupamaros. Su época universitaria está marcada por la militancia clandestina, antítesis de legalidad, diálogo e intercambio de ideas. Su participación en crímenes serios nunca se sabrá pero queda claro, de sus propios recuerdos, que se formó como transgresor. El respeto por la ley nunca le importó. Tampoco desveló a su hijo Nicolás, otro de la estirpe, con madre insurgente.
Los políticos que modernizaron al país se reunían con periodistas, frecuentemente colegas, para intercambiar ideas y lecturas que generaban dudas, afán por ilustrarse y dialogar, en un ambiente distendido e igualitario. Petro aprendió certezas y dogmas foráneos de manera vertical, autoritaria, con acciones violentas, después clandestinas y armadas degradadas hasta la guerra sucia para imponer una visión del mundo. La bandera insurgente que ondea con orgullo, la reciente violencia verbal de sus discursos -Libertad o Muerte-, la ilegalidad de sus propuestas… revelan su formación política. Es un presidente con mentalidad guerrillera, pendenciero e infractor. Salvo entre compañeros del M-19, ve por doquier enemigos a quienes confronta con armas simbólicas. Su desconocimiento de la historia política colombiana le hace ignorar estadistas como Olaya Herrera, o Lleras Camargo, para mencionar sólo los reformadores progresistas, hechos a pulso, no violentos, respetuosos de las instituciones, que frecuentaron el Café Windsor cien años después de Bolívar, su espada y sus guerras de independencia.
Nota: Columna escrita y publicada en mi blog el 6 de Junio, antes del atentado
